sábado, junio 13, 2015

CHABELA...

No era en realidad mi  tía, pero lo fue como tal, hasta  sus últimos días. Y ahora la recordé como siempre con esa tranquilidad que sólo ella me contagiaba. Su pequeño cuerpo  quedaba atrás ante sus enormes ojos color aceituna enmarcados por sus castaños rizos que  se balanceaban con su contagiosa sonrisa cantarina.
 Las vacaciones de fin de curso eran otra cosa cuando íbamos con ella al rancho o algún otro lugar, su esposo trabajaba en la compañía de Petróleos Mexicanos, era obrero pero siempre supo moverse en las grillas sindicales tenían una vida social muy activa, viajaban y vivían muy bien, con cinco hijos y los anexos que llevaban siempre como mi  hermano y yo, ah! y además dos hijas de otra tía, esa sí , hermana de ella y tía, tía mía.
La tía Chabela era de esos seres de luz a los que es difícil dejar en el olvido, porque como dicen se fue pero no cargó con el recuerdo. Las celebraciones navideñas en su casa eran electrizantes, chicos y chicas de todo alrededor se daban cita ahí y de esas fiestas surgían varias parejas.
Las posadas bajo los puentes de donde colgaban inmensas piñatas a donde participaba todo el barrio era gran diversión, aparte que de ahí  nos íbamos a la panadería rústica a donde cocían el pan con leña...
Hace algunos años, sin saber que sería nuestro último encuentro, conviví con ella en su casa del puerto, como siempre fue el lugar más indicado a donde pude llegar en esos meses de lluvia, adonde su hogar me dio la paz y el cobijo que necesitaba. Hoy la recuerdo, así igual que siempre, sonriente y tranquila,como dicen que la alcanzó la muerte...
   

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